lunes, 4 de julio de 2011

Alan García teje su leyenda, la realidad va enmendándole la trama

Alan García será presidente por sólo 23 días más y, ante todo, está preocupadísimo por concluir las obras monumentales que ha impulsado en Lima. Al parecer, siente que estas mantendrán su presencia permanente y acaso lo ayudarán a conservar su vigencia en la capital, ya que no en todo el país. Que si el Cristo de Chorrillos o la extraña estructura arquitectónica del flamante Ministerio de Educación, el primermundista Estadio Nacional o el Tren Eléctrico construyéndose contra el tiempo nos lo estarán recordando siempre, no cabe duda.

Lo que también, y a su pesar, será una parte de la historia más elocuente que la leyenda es lo que lo perseguirá como un doloroso pasivo. A la multiplicación de los conflictos socio-ambientales, que no merecieron una mejor atención de su gobierno y más bien resultaron exacerbados con su filosofía del "perro del hortelano" (y que a decir de él mismo le están enviando un mensaje a Humala); se suma la preocupante inacción frente al cambio climático con sus consecuencias dramáticamente visibles en la vida de los pobladores alto-andinos y una lucha que sólo obtuvo victorias parciales en materia de superación de la pobreza.

Aún cuando las cifras oficiales sean halagadoras, en los poblados rurales más altos de la sierra la verdad se revela en los rostros nuevamente frustrados de esos peruanos en cuya vida nada, o casi nada, se ha movido para mejorar su condición de ciudadanos de última clase. Los esfuerzos por acercar a esa población al Perú oficial, anunciados en la campaña de 2006, se quedaron sólo en eso, y así la mejor focalización de los programas sociales y la verdadera inclusión siguen siendo una difícil tarea pendiente. Por lo demás, los niños siguen atravesando helados cerros durante horas para acudir a escuelas que son, en demasiados lugares, todavía unidocentes. Los centros de salud siguen carentes de profesionales y medicamentos. La descentralización, que debe aportar al avance en estos ámbitos, no ha superado nudos de transferencia y de gestión, impidiendo que los Gobiernos Regionales, hoy con muchos más recursos, hagan una labor eficiente.

Alan García ha dicho que los viejos problemas del Perú no se resuelven en cinco años y no hay cómo contradecirlo. Pero es verdad también que se le ha pasado la mayor oportunidad de toda la historia republicana de mejorar sustancialmente la vida de los más pobres. Su gestión tiene cifras para el aplauso, pero no entre los peruanos a los que no llegó el Estado por vivir en las cumbres de nuestra geografía desafiante y que por eso mismo votaron por el cambio. Lamentablemente, es difícil que se repita la espectacular ola de crecimiento de estos años, los vaivenes empiezan a amenazar las economías que en su descomunal impulso arrastraron al Perú hasta la admiración en plena crisis. De haberse preocupado que el crecimiento económico se convirtiera en desarrollo y que llegara a todos los peruanos, el segundo gobierno de Alan García habría resultado en verdad memorable y no necesitaría despedirse hilvanando afanosamente su leyenda, porque los hilos de la historia hubieran tejido una hermosa trama.

* Elaborado por Zenaida Solís, Consultora del programa del programa Agenda: PERÚ de FORO Nacional Internacional.

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