martes, 27 de septiembre de 2011

La "no intervención" y la protección de la democracia

En la nota semanal anterior describimos, sobre la base de lo discutido en la conferencia "La Preservación y Promoción de la Democracia en las Américas" del 12/9/2011, cómo ahora se busca que la Carta Democrática Interamericana (CDI) tenga mayor énfasis en la inclusión social. Sin embargo, hubo otro punto recurrente, y más controvertido, en las intervenciones en dicho foro. Al no implicar acuerdos vinculantes ni establecer bases claras para actuar frente a situaciones donde se "altere" el orden democrático, ¿realmente sirve la CDI para defender a la democracia en América Latina?

La mayor cantidad de las críticas a la carta y a las organizaciones que se apoyan de alguna manera en sus principios (como la CAN, OEA y UNASUR) van en torno a la capacidad de hacerlos respetar. Es decir, para muchos no son viables estas organizaciones si no pueden hacer respetar su voluntad ni principios, frente a actores y prácticas que afectan la democracia.

No intervenir en los asuntos internos de sus vecinos es un principio que rige las políticas exteriores de los países latinoamericanos. Por ello, es difícil que la CDI pueda convertirse explícitamente en un instrumento de resolución de situaciones donde se quiebra el orden democrático. Como afirma Diego García Sayán, la CDI constituye un sistema de prevención antes que de solución, más aún cuando algunos temas de la Carta no están bien definidos; por ejemplo, el concepto de "alteración del orden democrático".

En realidad, no hubo señales de que se quiera consolidar a la CDI como base para resolver situaciones de crisis. El Presidente Humala resaltó, más bien, su importancia como espacio de diálogo interamericano y la necesidad de fortalecerla como tal. Jose María Insulza, afirmó por su parte que la CDI no fue concebida para aplicarla a "infractores" sino que es un programa político-democrático que expresa lineamientos compartidos. También para Adalid Contreras, Secretario General de la CAN, la CDI es un instrumento dirigido a prevenir posibles rupturas que afecten al orden democrático. Agregó que, si bien la CDI no implica acuerdos vinculantes, sí implica la legitimidad de estos valores democráticos para los países miembros y las organizaciones multilaterales.

Repetidamente se expresó la preocupación acerca de si hay alguna forma práctica de hacer respetar y seguir los principios de la CDI frente a intentos de desestabilización democrática. Sin embargo, queda claro que no hay intención mayoritaria entre los gobernantes de los países miembros, ni los dirigentes de entidades internacionales de que la CDI evolucione en dicha dirección. Por lo visto en este importante foro, como espacio de diálogo y como herramienta de prevención en favor de la democracia, la CDI podrá orientarse cada vez más en los próximos años hacia la inclusión social, pero difícilmente hacia convertirse en un instrumento para hacer cumplir los principios democráticos.

Sin embargo, cabe recordar que nuevas iniciativas suramericanas, como la de la UNASUR, sí apuntan a utilizar los principios de la CDI, más no la carta misma, como mecanismos vinculantes progresivos, que vayan desde las sanciones discursivas hasta las económicas y financieras. La evolución de estas medidas en defensa de la democracia es un punto que las naciones americanas tendremos que vigilar bien, en un contexto en el cual las relaciones internacionales se fortalecen y pesan más en nuestros sistemas nacionales.


* Elaborado por Pasko Kisic, consultor, y Gonzalo Alcalde, coordinador del programa Agenda: PERÚ.

martes, 20 de septiembre de 2011

Humala: La democracia como medio para la inclusión social

El pasado lunes 12 se llevó a cabo en Lima la conferencia "La Preservación y Promoción de la Democracia en las Américas", con motivo del décimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana. Un día antes, se reunieron también en Lima trece ex presidentes iberoamericanos para conmemorar dicha ocasión y reiteraron su apoyo a la democracia y al desarrollo. Cabe recordar que la CDI nació principalmente de una iniciativa peruana en la III Cumbre de las Américas de Québec (Canadá) en 2001, y que buscaba evitar que se repita una experiencia como la del autogolpe de Fujimori en 1992.

Más allá de los comentarios críticos sobre las limitaciones que ha tenido el uso de esta carta (a veces llamada "Constitución interamericana") en situaciones como la de Honduras en 2009, llamó la atención el énfasis que el Presidente Humala volvió a dar a la Inclusión Social en la conferencia, esta vez en el marco de un foro internacional.

El presidente resaltó que la Carta Democrática Interamericana (CDI) debe convertirse en un espacio de diálogo para compartir experiencias con el fin de fortalecer la democracia en América. En efecto, es necesario abordar y resolver los conflictos sociales y la desigualdad por medios democráticos. Sin embargo, también dijo que la democracia es el camino al desarrollo y el bienestar, no el fin. El fin, más bien, es buscar el bienestar de la población. En este sentido, hizo un llamado a buscar una CDI de segunda generación que se enfoque de esta manera en desarrollar y fortalecer políticas de inclusión social.

Humala habló de "democratizar la democracia", donde la paz y el crecimiento económico solo pueden consolidarse si hay mayor inclusión social, política y económica. Solo así la población podrá, según anotó, finalmente confiar en sus líderes.

Si tomamos al presidente al pie de la letra, al igual que a los líderes de Unasur que se reunieron en Lima el 28 de julio último, en los próximos años deberíamos esperar en toda Sudamérica la puesta en marcha de un nuevo enfoque de las políticas públicas que nunca más pierdan de vista la inclusión y bienestar, así como un nuevo período de acciones concertadas e integradas a nivel interamericano.

Ante tantos discursos de renovada sensibilidad social, una de las preguntas que surge desde la ciudadanía atenta es, ¿existe una institucionalidad de la sociedad civil (y del Estado) a nivel internacional que permita exigir el cumplimiento de estos nuevos compromisos nacionales y supranacionales? ¿Debemos solo esperar con los brazos cruzados, o mejor aprovechar el momento de aparente cambio para ejercer presión que permita un cambio real y no sólo retórico?

Definitivamente, una prueba clave del compromiso de los demócratas prominentes de la región es que vuelquen ahora sus esfuerzos para que los ofrecimientos nacionales e internacionales se traduzcan en nuevas políticas sociales, y que estas tengan resultados reales para los casi 180 millones de pobres de América Latina.

* Elaborado por Pasko Kisic, consultor, y Gonzalo Alcalde, coordinador del programa Agenda: PERÚ.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Congresistas itinerantes: Más allá del impacto en el presupuesto

Las reacciones ante la reciente decisión de la Mesa Directiva del Congreso de realizar sesiones del Pleno en diferentes puntos del país han revelado una profunda miopía de los propios congresistas, de varios analistas políticos y de algunos periodistas sobre la relevancia de acercar este poder del Estado a la población. “La democracia cuesta” ha sido la respuesta del Presidente del Congreso, mientras que “no queremos otorongos paseando por el Perú con el dinero del contribuyente” ha sido el tenor de varias editoriales al respecto.

El enfoque de quienes se oponen es sesgado y cortoplacista, pues se centra sólo en los costos para el fisco. Además, podría ser contraproducente al dejar en la población la sensación de que estas consultas y la idea de acercar el Estado a la gente constituyen un gasto innecesario, el cual debería suspenderse por oneroso.

La evaluación de proyectos y políticas públicas provee herramientas para estimar la relevancia y el valor social de las medidas, más allá de los desembolsos inmediatos, que emprende el sector público en términos de costos, a los actores involucrados, y de los beneficios que generan. El resultado neto de contabilizar estos costos y beneficios para todos los actores involucrados constituye el criterio para dar luz verde a un proyecto o iniciativa. Además, este resultado neto debería permitir comparar la eficiencia de esta iniciativa con respecto a otras alternativas, las cuales podrían generar los mismos beneficios, pero a un costo distinto.

El gobierno, a través de la Mesa Directiva del Congreso, ha establecido el objetivo del “Congreso Itinerante”. De manera clara: el Congreso está desprestigiado porque no ha ejercido de manera efectiva su función de representación y ha legislado básicamente desde Lima. La solución propuesta por la Mesa Directiva consiste en acercar (físicamente) a los Congresistas con la población a través del diálogo sobre las demandas concretas en cada región que visiten.

Evaluemos primero los costos de esta medida. Trasladar al Pleno del Congreso y organizar visitas de los congresistas a 43 distritos de la región Ica tiene un costo de transporte de los congresistas y sus delegaciones, preparación de instalaciones, alimentación, seguridad y materiales. Se ha estimado que se gastó entre S/.130 mil y 200 mil soles, aunque esto sólo corresponde a la parte que corresponde a recursos del fisco. Además, existen algunos costos ocultos, directos e indirectos, que pueden estimarse utilizando el cálculo de la huella ecológica de trasladar la sesión del hemiciclo a otra ciudad, los costos por accidentes ocurridos y otros riesgos probables y que, en algunos casos, sucedieron. Adicionalmente, se debe sumar el costo del tiempo de los funcionarios de Ica que participaron de las actividades, lo invertido por la región y los municipios, y el costo de la presión sobre los recursos de la ciudad de Ica, tales como mayor tráfico, cierre de calles, limitada libertad de movimiento por temas de seguridad, entre otros.

Estos resultados se deben contrastar, primero, con el costo que normalmente supone la sesión centralizada en Lima que han sido ahorrados y considerar el valor del beneficio que esto trae a la región Ica. Esta pasó de contar con cuatro representantes a contar con 122 por un día, con diálogo en 43 distritos. Ha tenido la oportunidad de poner en agenda de todo el legislativo las preocupaciones de este territorio, lo que normalmente tarda meses.

Una evaluación posterior podrá considerar si como resultado de esta visita se lograron presentar iniciativas legislativas o de fiscalización que generen beneficios a la región. Por ejemplo, algunos comentarios de los legisladores estaban orientados en la necesidad de establecer una investigación por el alto número de denuncias de corrupción como consecuencia del proceso de reconstrucción luego del terremoto de Pisco. De encontrarse responsabilidad y se concluyan procesos judiciales a favor como consecuencia de las investigaciones iniciales del parlamento, las reparaciones civiles pueden ser consideradas como un retorno de la iniciativa.

Sin embargo, al sopesar los costos con los beneficios estamos parcialmente ciegos pues es difícil medir algunos de ellos. Un primer desafío es cómo medir los beneficios de la mejor representación de los congresistas. Igualmente, cómo medir los beneficios en términos de reducir el desprestigio del Congreso, por lo menos en Ica, que puede redundar en mayor legitimidad y por ello en un fortalecimiento de la gobernabilidad. Definitivamente un conocimiento de la realidad desde el campo le va a servir a los congresistas para empaparse de la realidad fuera de los fueros que los eligieron con el fin de tener una visión más de conjunto. Otro desafío es medir la importancia de la cercanía de los congresistas. Por ejemplo, cuánto se ahorran los funcionarios de Ica y la población en general para cabildear por proyectos para sus jurisdicciones sin tener que ir a Lima, o si el hecho que los congresistas estén en Ica contribuye a concluir con mayor celeridad los trámites para realizar estos proyectos.

Algunos beneficios han sido recogidos de manera tímida por la prensa. Por ejemplo, el empoderamiento de Ica y el hecho simbólico político de que el Congreso se acerca a la población. Y además, definitivamente va a existir algún impacto económico de tener más de 100 congresistas con alto poder adquisitivo comprando bienes y servicios.

En términos agregados se puede estimar que la medida ha generado beneficios presentes y potenciales para el país y la región Ica. Sin embargo hace falta también comparar si se pudo lograr estos resultados a un menor costo. Algunas alternativas pudieron considerar visitar la región (y otras a futuro) con grupos de trabajo más pequeños que no involucren a todos los congresistas en la misma zona, pero que sea mayor al número regular de representantes.

No está mal que haya celo en cuidar los recursos públicos. Pero rechazar medidas cuyo potencial efecto positivo no es fácil de expresar en términos financieros, solo porque “cuestan”, es una forma miope de evaluar políticas públicas. Más bien, deberíamos esforzarnos por perfeccionar metodologías para medir los beneficios de largo plazo de una mejor representación y cercanía de los poderes a la población, así como el valor de la participación en términos de empoderamiento y capacidad para cabildear por proyectos para sus regiones.


* Elaborado por Fernando Prada, investigador asociado de FORO Nacional Internacional, con la colaboración de Mario Bazán y Gonzalo Alcalde

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un nuevo consenso suramericano por la inclusión social

Al mismo tiempo que Ollanta Humala asumía el poder el último 28 de julio, la más reciente cumbre presidencial de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) produjo una importante declaración final que puso en primer plano el objetivo de los 12 países de luchar contra la desigualdad, logrando la inclusión social y reduciendo la pobreza. En las siguientes semanas, el Presidente Humala también ha declarado a la inclusión social como gran objetivo de su gobierno.

Se afirma que esta debe ser más que una declaración de principios, y la Unasur buscaría profundizar un plan para establecer la agenda conjunta de acciones sociales prioritarias. En ese sentido esta declaración puede entenderse como una gran oportunidad de cambio, al constituir la confirmación a nivel oficial, de un consenso regional emergente por la igualdad social y redistribución como contrapartes necesarias al crecimiento y a un manejo macroeconómico responsable.

Los países de la región, antes que mantenerse en la ortodoxia liberal o virar hacia opciones de cambio radical, parecen estar optando por el modelo centrista establecido en las últimas décadas por Brasil y, en menor medida, Chile, donde el manejo económico ortodoxo va de la mano de políticas redistributivas y programas sociales que no se detienen en las medidas focalizadas o transitorias, sino que asumen un derecho universal a ciertos beneficios. Esta combinación de manejo económico y social queda particularmente clara en el discurso del nuevo gobierno en Perú hasta la fecha.

A nivel del discurso oficial, entonces, estamos cada vez más lejos de la noción vigente en los noventa de que la mejor política social es una buena política económica. Hoy cada vez más se perciben como ámbitos complementarios pero con una lógica y motivaciones particulares en cada uno. El gasto social de los gobiernos, antes que el simple crecimiento económico, empieza a verse nuevamente como el principal instrumento para mejorar la distribución del ingreso. En este sentido, las cifras de la CEPAL indican que hubo poco crecimiento en el gasto social de los países suramericanos (como porcentaje de sus PBI) por gran parte de la última década.

Mientras que en años anteriores parecía crecer la nueva demanda popular y a veces oficial por un quiebre radical con respecto al neoliberalismo y la economía global, algunas de las protestas recientes más visibles exigen cambios que encajan dentro del nuevo consenso. Las grandes protestas en Chile en julio y agosto 2011 por la universalización del acceso gratuito a la educación superior, por ejemplo, no reclaman cambios en el modelo macroeconómico sino una reducción de la desigualdad, en general, y más concretamente medidas universalistas de política social que garanticen beneficios para toda la población.

Sin embargo, otras poblaciones sí siguen exigiendo cambios radicales y rupturas, y es preciso entender los desafíos que esto plantea para el nuevo consenso y una combinación de políticas más equilibradas. En el Perú, por ejemplo, varios episodios de descontento social que derivaron en violencia y muertes, desde Bagua en 2009 hasta recientes erupciones violentas en Puno en 2011, estuvieron acompañados por discursos de ruptura con el modelo económico vigente y de enfrentamiento con grandes intereses económicos. Según se informó recientemente, entre 2006 y 2011, fallecieron 191 personas en Perú a causa de conflictos de carácter socioambiental, la gran mayoría de ellos en zonas rurales. La falta de mecanismos de prevención y diálogo ha sido destacada por los medios, pero también cabe anotar la persistente situación de exclusión de carácter económico, social, político y cultural que afecta a los pueblos involucrados en estas disputas con el Estado.

Esto nos recuerda que, si queremos evitar este tipo de episodios, aún hay necesidad urgente de pensar en medidas y programas particulares que beneficien a grupos poblacionales que tienen dificultades crónicas para acceder a los bienes y servicios ofrecidos por los programas universalistas. No solo es cuestión de hacer más eficientes o eficaces los programas y políticas existentes. En el caso de Perú, sobre todo, queda claro que hay elementos de ubicación geográfica y de dispersión poblacional, pero también de factores culturales y maneras alternativas de entender y manejar la propiedad y las relaciones sociales, que pueden conducir a situaciones confrontacionales si es que no se mejora el entendimiento y las herramientas para atenderlos.

*Elaborado por Gonzalo Alcalde, coordinador del programa Agenda:PERÚ